20140516

Life Story: Jeanne (3)

"¿Es bonito, no? Y es bastante útil. Claro,
sería más útil si se me diera bien escribir."
Descubrir un diario encantado y querer aprender a usarlo... de eso va este recuerdo.

El muro a mi espalda contagiaba el frío a cada uno de mis músculos estando allí apoyada, llevaba allí una cantidad de tiempo que ya incluso había dejado de chequear con el reloj, pero no podía simplemente abandonar e irme sin haber hecho nada. Estaba allí pasando entre mis manos las hojas de aquel diario que había comprado en Dervish y Banges, la encargada me había enseñado un poco como usarlo, pero todavía no lo había probado. Entre los dedos de mi mano derecha pasaba la pluma embebida en tinta, sin decidirme a que escribir. Se suponía que era sencillo. Uno escribía un cuento o un relato en el diario, y hasta ahí era normal, pero luego con pasar la varita rozando la hoja donde comenzaba uno de los cuentos que había escrito y utilizando el hechizo “Specialis Revelio”, este se mostraría como diapositivas, como una animación muggle sobre el libro, utilizando a su vez la imaginación de quien sostuviera la varita para poder darle forma a aquello que aparecería sobre el libro mientras la persona lee en voz alta el relato. Al parecer las hojas del diario estaban encantadas, como si en el proceso de preparar el papel no se hubiera utilizado ingredientes comunes, se había utilizado algo más.
Giré un par de veces más la pluma entre mis dedos hasta decidirme sobre qué debía escribir en la primera hoja blanca. Mi creatividad era pobre para inventar cuentos o historias, por lo que escribiría sobre mi misma, siempre había oído que escribir sobre aquello que nos preocupa o no sabemos expresar en voz alta nos ayuda a liberarnos un poco del pesar. Jamás lo había puesto en práctica, por lo que esperaba que mi escritura no resultara tan mala. Escribí sencillamente lo primero que se me vino a la mente, la historia sobre mi familia… resultaba tan difícil para mí contarlo, a veces siquiera yo lo entendía del todo. Mi letra no era digna de un premio a la prolijidad, era una cursiva llevada hacia un costado y bastante espaciada entre las palabras, con los bordes bien marcados de tinta y los finales de las letras algo perdidos al levantar la pluma antes de tiempo. Sin embargo, yo podía entender bien lo que iba escribiendo. Me tomó otro largo rato aquello, quizás pasó una hora hasta que logré terminar de escribir, y luego de leerlo dos o tres veces, estaba satisfecha con el resultado. Era el momento de probar si funcionaba como la encargada me había dicho, hasta ahora no era más que un diario común y corriente, aunque debía admitir que sentía un poco aquella ligereza mental al sacar un tema tan importante de mi cabeza como lo que estaba expresado en este escrito del que ahora buscaba la primer página. Era una buena sensación aquella.

Miré a los lados en el pasillo antes de continuar, debía leer en voz alta y entre estos muros la voz retumbaba y se perdía a través de los pasadizos, por lo que al menos quería asegurarme que nadie que estuviera paseando por aquí me oyera. En fin, debía arriesgarme. Saqué la varita de mi bolsillo y la posé sobre la primera hoja, rozando suavemente la punta sobre el largo de la misma, y pensando el hechizo que correspondía. Al mismo instante que pensé el hechizo, las letras comenzaron a mezclarse en la hoja y a salirse de ella hasta formar un hilo negro que seguía la punta de la varita, la cual ahora se iluminaba pareciendo un hechizo Lumos aunque sabía que no era eso lo que había recitado. Las letras dejaron de moverse y volvieron a la hoja y a formar las palabras de mi relato, la luz de la varita ahora formaba una esfera sobre la punta de la misma y sobre el libro, parecía una gran bola de adivinación, donde un humo blanco flotaba de aquí a allá. Supe que ese era el momento para comenzar a leer en voz alta, de alguna forma lo supe. “Hubo una vez una chica...”, mientras leía, las palabras se rodeaban de un borde dorado con el paso de mi voz y en aquella esfera figuras de colores suaves se formaban. Aparecían y desaparecían los sujetos de mi relato, siendo arrastrados por el humo blanco de la esfera de luz y formando las nuevas siluetas de los personajes que la historia iba haciendo aparecer. El único personaje que iba cambiando con el paso del relato, era el de la niña, el cual iba creciendo a medida que avanzaba, pero siempre llevaba un vestido rosa suave y el cabello castaño suelto sobre la espalda. Mientras leía, no había notado el efecto que tenía en mí el poder ver materializadas mis palabras de alguna forma en aquellos dibujos que danzaban entre la luz blanca que provenía de la varita, poco a poco se formaba un nudo en mi garganta y era difícil continuar leyendo así. No llegué a la mitad de lo que había escrito que la voz se me quebró y debí detenerme, en ese mismo segundo el encantamiento desapareció y aquella esfera se evaporó en un abrir y cerrar de ojos. Las palabras dejaron de estar delineadas por aquel bonito color dorado y entendí que si el lector no se controlaba bien y continuaba naturalmente, el hechizo perdía concentración y adiós diapositivas. Aun así me gustaba lo que había visto funcionar del libro, la encargada no me había engañado y tenía razón, era un diario muy especial. Mis pensamientos cambiaron de rumbo del relato a aquel objeto, serviría también para tranquilizarme por unos minutos. ¿Esta era la única forma de materializar las historias? ¿Habría otras formas? La curiosidad empezaba a embriagar mis sentidos con aquellas preguntas, y de algún modo debía responderlas, por lo que mi siguiente destino sería la biblioteca, donde gracias a Merlín ya podía ir más tranquila, desde la última visita, muchas cosas habían cambiado en mí.

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